martes, 14 de diciembre de 2010

Martin Amis: para redactar mis novelas dejo que el inconsciente llegue hasta mí

Martin Amis

Sin ninguna duda, Martin Amis es el escritor contemporáneo que más admiro. De vez en cuando suelo rastrear en internet alguna entrevista o reseña acerca de él o de su obra, y en esta ocasión me he topado con esta entrevista, realizada por Empar Moliner, que resulta francamente interesante.

Reproduzco a continuación algunos de los fragmentos más jugosos desde el punto de vista del oficio de escribir (al final del artículo incluyo en enlace donde se encuentra la entrevista completa)

Por Empar Moliner, de El País
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Por encima de todo, Martin es hijo del escritor Kingsley Amis. El hijo de Kingsley publicó muy joven su primer libro, El libro de Rachel, y ganó el Premio Somerset Maugham. Había crecido como el hijo de un escritor de éxito, con la biblioteca de un escritor de éxito, y se convirtió también en un escritor de éxito.

Como es preceptivo, a su exasperante y conmovedor padre, nunca le gustaron sus libros. En las cartas que le escribía lo llamaba “mierdecilla” y sólo pudo terminar de leer su novela La flecha del tiempo. Dinero, considerado por muchos como la obra maestra de Amis, la novela de los 80, una novela donde la ciudad hostil es un personaje más, fue una historia que Kingsley no soportó.

Ahora, el hijo publica un libro de memorias: Experiencia, donde ajusta cuentas con algunos, y donde repasa sus problemas dentales, sus peleas con Barnes y su amistad y admiración por Saul Bellow. Pero por encima de todo, el libro es la historia de su padre.

Y aquí estamos, frente al número 36 de Regent’s Road, la misma calle del mismo barrio residencial donde vivió Kingsley.
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Lo miramos todo. En la casa de un escritor que uno admira, cada objeto tiene sentido. Hay fotos y una matrícula de coche: Montevideo 1572.

“¿Quieren algo?”, nos pregunta Isabel (su actual esposa) en inglés, “¿un té o un café?”. Pedimos un té. Nos sentamos. Y dos o tres minutos más tarde llega él. Lleva puesto un chándal viejo. No se ha vestido para recibirnos, o tal vez sí. La clase alta inglesa a veces practica el dressing down, vestir de manera descuidada. Tiene los ojos muy azules, de un azul intenso de traje, aunque algo enrojecidos.

“Veo que beben té. Yo beberé cerveza. ¿Quieren cerveza?”

Queremos cerveza. Le hemos traído una botella de vino. Sonríe. Son las dos del mediodía y aquí ya ha terminado todo el mundo de comer. Hablamos del alcohol.

“Mi padre ha escrito tres libros sobre el alcohol. On Drink (‘Sobre la bebida’), How is Your Glass (‘Cómo está tu copa’) y Every Day Drinking (‘Beber cada día’). ¿Bebió para escribir sobre la bebida o escribió sobre la bebida para beber? Probablemente lo segundo. Le dedicaba mucho tiempo a la bebida y tenía que amortizarlo. Kingsley me dio un consejo (lo explicó en el libro) sobre la bebida a la hora de comer: `Imagínate que todo lo que bebes al mediodía se multiplica por dos y te lo bebes a la hora de la cena’. Creo que no es bueno beber mientras escribes. Es bueno beber después, no durante. Para mí, la droga ideal para un escritor es la marihuana, es lo mejor para atrapar las ideas que flotan a tu alrededor, pero tienes que fumarla cuando tomas notas, no durante la redacción definitiva del texto. Sí. En todos mis libros he utilizado la marihuana, porque deja volar el inconsciente. El inconsciente es muy importante para escribir.”

Hable de eso. Del inconsciente del escritor.

–Escribes sobre cosas que te preocupan, pero todo viene del inconsciente. No es que debas buscar el inconsciente, es que el inconsciente, sin poderlo evitar, viene hacia ti. Como decía Nabokov, “escribiendo sientes una especie de throb”, es decir, un impulso, una vibración, un latido del corazón. Para escribir Experiencia he usado mi lado consciente, claro, porque es una memoire, pero para redactar mis novelas dejo que el inconsciente llegue hasta mí. Mi amigo Saul Bellow, por ejemplo, aunque no tenga la conciencia, no puede evitar tener a Israel en la sangre, y el Holocausto, sus partículas son eso.
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¿Le parece que es bueno ser crítico al mismo tiempo que escritor? ¿No es como ser juez y parte?

–Antes se suponía que todos los escritores eran también críticos. Mi padre lo fue. Fue un crítico muy bueno. Los escritores que también hacen de críticos son mejores críticos que los que sólo son académicos. Nabokov, Updike... Entienden la escritura de otra manera. ¿Ha visto mi último libro de ensayos? No estoy seguro de que se traduzca a ninguna de las lenguas de España. A lo mejor una pequeña selección...

Va a buscarlo. Si alguien quiere y puede leerlo en inglés se llama The War Againts Cliché. Nos lo entrega pero no sabemos si es un regalo o sólo quiere enseñárnoslo. Prosigue:

–Creo que es bueno ser escritor y crítico. Tendría que ser posible que los escritores hicieran las dos cosas, pero los hay que no soportan ser críticos por razones de carácter. Mi padre decía que hacía las críticas para mantener sus estándares.

Alguien podría pensar que algunos críticos que también son escritores lo que hacen es apartarse la competencia.

–(Se ríe.) Puede ser. Puede que algunos sólo quieran apartarse la competencia. Pero ésos son los mediocres. En el caso de Bellow o Nabokov, es ridículo hablar de competencia. Dios no tiene competencia.
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¿Qué opina de los escritores sin sentido del humor?

–Para mí el sentido del humor es muy importante. Y en este caso, la marihuana también es muy importante para dejarlo salir. Cuando estás volado es cuando sale el humor. De todas formas es muy difícil encontrar escritores que no lo tengan. Uno de los pocos, y el más famoso, es Milton. Alguien dijo que si no tienes sentido del humor es como si te faltara alguna parte del cuerpo, o alguno de los sentidos. Que si no tienes sentido del humor es como si no tuvieras tampoco sentido común. Y dijo también que el humor es “como el sentido común bailando”. Fue Cecil Day Lewis quien lo dijo. (Se ríe.) Y por supuesto yo no dejaría a mis hijos a solas con un tipo que ha dicho algo así.

Si nos dejaran elegir los dos lugares de la casa de Amis que nos gustaría ver, diríamos su estudio y su cuarto de baño, donde podríamos robar su cepillo de dientes. No nos atrevemos a ir al baño, pero a pesar de su seriedad sí que nos arriesgamos a pedirle que nos muestre el estudio.

–Tendrán que subir muchas escaleras –advierte.
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El estudio no es demasiado grande. El centro de la habitación está libre pero la mesa bordea las cuatro paredes. Tiene una computadora de ultimísima generación, de esas de pantalla plana, pero no lo ha colocado de forma apaisada, sino vertical, como hacían antes los diseñadores de los diarios y revistas, para ver mejor la página que compaginaban.

–No uso demasiado la computadora –explica–. Sin embargo, es más cómoda: corto y pego, y si usara máquina de escribir perdería bastante tiempo.

Un sonido de la infancia de Martin Amis era el teclear continuo de la máquina de escribir de Kingsley.

–Voy a mudarme allí –dice señalando un cobertizo del jardín–. Donde mis hijos no puedan llegar.

En la mesa hay libros sobre la Unión Soviética.

–Estoy escribiendo sobre Stalin. Ahora estoy leyendo sobre él. Creo que tendré listo el texto en un año o dos.

¿Cuántas horas pasa aquí arriba?

–Unas seis horas diarias. Pero no son seis horas escribiendo. Leo, escribo, miro por la ventana, pienso. Lo importante es estar solo, preocuparse por las cosas. Es decir, que me preocupo seis horas al día por las cosas. Hago tres borradores de cada cosa que escribo. No tardo demasiado tiempo entre un borrador y el siguiente, pero durante ese espacio de tiempo leo algún libro contundente que me sirva de inspiración, como Joyce o Shakespeare (pronuncia Shakespiar y no Shecspir).

Algunos escritores dicen que uno debe escribir como si la sombra del escritor que uno admira estuviese detrás suyo, leyendo cada una de sus palabras.

–Entonces yo tendría a Saul Bellow, sin duda, y a Nabokov. Estaría muy bien que ellos dos estuviesen a mi espalda, pero creo que al final hay que aprender a ser uno mismo. Uno tiene que gustarse. Yo creo que un escritor está hecho de tres escritores: el inocente, el común y corriente y el literario. Por ejemplo, en la narrativa de Saul (Bellow) me parece que domina mucho la inocente, aunque como todos los grandes escritores, tiene las tres. Si no tienes las tres no eres un novelista completo.

Una de las cosas que los críticos le reprocharon a su padre es que sacaba escenarios reales en su último libro: bares que existían de verdad (el mismo problema, por cierto, al que tuvo que enfrentarse Joyce). Lo que su padre dijo es muy interesante: “Desde el momento en que algo sale en un libro, de alguna manera deja de ser real”. Kingsley es el centro de Experiencia. ¿Cree, entonces, que usted también lo ha convertido en personaje de ficción?

–El libro no es una novela, pero tampoco lo he escrito empezando por mi nacimiento y terminando de forma cronológica en nuestros días. Eso es algo muy aburrido para mí y para los lectores. Ya que el material es mi vida, puedo reordenarlo, descomponerlo como me parezca. Incluso cuando escribo sobre mí (y por tanto no estoy haciendo otra cosa que decir la verdad) no puedo evitar tener costumbres de novelista. Por supuesto, mi padre es una figura tremendamente real, pero he tratado de aplicarle las técnicas de la novela.

Bajamos los escalones. Ahora es el turno de las fotos. El fotógrafo ha visto sillas, butacas, ventanas y cuadros que pueden servirle de fondo. Amis sabe posar, se coloca pensativo y desafiante.

–¿Podría sonreír, señor Amis? –le pregunta el fotógrafo.

–¿Para qué? –contesta él.

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Pincha aquí para leer la entrevista completa

5 comentarios:

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