domingo, 2 de mayo de 2010

¿Por qué escribir?

Dos razones -entre cientos, tal vez miles de ellas- dos formas diferentes de expresarlo:

En el prólogo a su libro de relatos "El Hombre Ilustrado", Ray Bardbury comienza relatando una anécdota acerca de su amigo camarero Laurent:
Una noche, mientras me estaba sirviendo, mi amigo camarero, Laurent, que trabaja en la Brasserie Champs du Mars cerca de la Torre Eiffel, me habló de su vida.

-Trabajo de diez a doce horas, a veces catorce -me dijo- y después a medianoche me voy a bailar, bailar, bailar hasta las cuatro o cinco de la mañana, y me acuesto y duermo hasta las diez y luego arribo a las once a trabajar diez o doce horas y a veces quince.

-¿Cómo consigue hacerlo? -le pregunté.

-Fácilmente -dijo-. Dormir es estar muerto. Es como la muerte. Así que bailamos, bailamos para no estar muertos. No queremos que eso ocurra.

El prólogo concluye así:
Termino como comencé. Con un amigo camarero parisiense, Laurent, bailando toda la noche, bailando, bailando. Mis melodías y números están aquí. Han llenado mis años, los años en que rehusé morirme. Y para eso mismo escribo, escribo, escribo, al mediodía o a las tres de la mañana. Para no estar muerto.

Cuando Gina, la esposa de Richard Tull en la novela "La información", de Martin Amis, le recrimina que deje de perder el tiempo escribiendo y se busque un trabajo, se produce esta maravillosa escena:
-No puedo dejar las novelas.

-¿Por qué no?

Porque... porque entonces se quedaría con la experiencía inmediata, intraducible. Porque entonces se quedaría solo con la vida.

-Porque entonces sólo tendría esto.

La cocina, el cubo de plástico azul con las camisetas y calzoncillos blancos de los niños, el rígido bolso negro colgado de la silla con la boca abierta hacia arriba esperando alimento, los tazones y cucharas y manteles individuales colocados en la mesa para el desayuno y los paquetes de cereales envueltos en celofán: todo eso se convirtió en la imagen de lo que quería decir.

-Días. Vida -añadió.

Desastrosa palabra para dirigirla a una mujer; a las mujeres, que llevan la vida, que la traen al mundo, gritando, y jamás permitirán que nadie la menosprecie.

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