lunes, 5 de septiembre de 2011

La Decisión, de Rafael Avendaño

Mi novela "La Decisión" ya está disponible en formato de libro electrónico en Amazon.com y Amazon.co.uk.

He de decir que la experiencia de publicación en Amazon ha sido relativamente sencilla. Sin embargo hay un punto oscuro, y es la política de precios. He fijado el precio de la novela al más bajo posible que permiten, 0.99$, y sin embargo el precio de salida en Amazon.com es de 3.44$ !! Si alguien tiene experiencia publicando en Amazon y entiende cómo funciona la política de precios, agradecería que enviase un comentario.

Esta es la portada de la novela, y el texto subido a modo de sinopsis:


Marc Carson -inefable antihéroe, alcohólico, director de películas porno, perseguido por la policía y acusado injustamente de pedofilia-, recibe la noticia de que Jonhy Gardner, su amigo íntimo de la infancia, joven y brillante investigador matemático, ha aparecido muerto en su apartamento.

"En las oscuras noches de insomnio, tumbado en mi celda, pienso a menudo en Jonh Gardner, en el joven inteligente y arrogante que fue una vez, orgulloso de ocupar su mente en grandes asuntos, convencido de ser uno de los hombres llamados a pasar a la historia. Jonh Gardner jamás será recordado por nadie. Ningún teorema llevará su nombre. El dolor y la desgracia se llevaron por delante sus sueños. Jonh Gardner, ese héroe anónimo cuyas ideas, tal vez, salven a la humanidad.

Pienso a menudo en su esposa Linda, cuya inocencia fue erradicada de este mundo por inconcebibles dosis de crueldad. Linda, enamorándose al instante del joven científico idealista, del hombre que en el aire no veía simple aire, ni en la luz simple luz. Del hombre que en su primer encuentro le habló con entusiasmo de extrañas partículas primigenias, de inverosímiles superposiciones cuánticas, de asombrosas paradojas del espacio y del tiempo. Del hombre que miraba hacia el cielo y temblaba como un niño ante la inmensidad. La inocente Linda, desgarrada por el dolor.

A menudo pienso en una joven de veinte años una tarde soleada en los jardines del museo de Ciudad de México, encaramada a una fuente de piedra cubierta de musgo donde un puñado de pajarillos revolotean y se acercan a beber; Linda atisbando el césped repleto de jóvenes parejas retozando y calentándose bajo los rayos de un sol puro, todavía puro; Linda subida al borde de una fuente, sujetándose con una mano a la pilastra para no caerse, llevándose la otra mano a la frente como haría un vigía en un barco, mirando a su alrededor con fingido asombro: “Al parecer todo el mundo se lo está pasando de maravilla, nadie se preocupa porque el tiempo y el espacio se comporten de una forma tan rara”; Linda proclamando en voz alta aquellas sencillas palabras que tal vez hicieron que Jonh Gardner, por un instante, viese el mundo con otros ojos, que hicieron que se enamorase al instante.

No puedo dejar de pensar en ese otro hombre años después, envejecido súbitamente, que abraza a su querida esposa para contener sus ataques, para evitar que se haga daño a sí misma, resistiendo sus arañazos y mordiscos, sus golpes y patadas, hasta que ella se rinde agotada; ese otro hombre que pasa el día vigilándola, tratando de razonar con ella durante horas, intentando persuadirla de que toda aquella rabia está en su mente, que es posible frenarla si se esfuerza lo suficiente.

Pero todo era inútil. La mente analítica de Jonh Gardner fue incapaz de comprender, y lo que es mucho peor, fue incapaz de olvidar, desesperado ante la idea de que su esposa hubiese estado a su lado todos aquellos años sin saber lo que pasaba por su cabeza, sin saber del dolor y el miedo que su cuerpo atesoraba como una memoria indeleble, su cuerpo que tantas veces había amado sin sospechar que antes había sido expoliado salvajemente por sus torturadores.

El matemático Georg Cantor había enloquecido al tratar de imaginar sus números transfinitos. Jonh Gardner enloqueció tratando de imaginar el dolor, el miedo y el sufrimiento que puede albergar un corazón humano. Hay abismos a los que es mejor no asomarse. Miremos para otro lado. Dejemos que el mundo vague a la deriva, que se pudra y fermente y los hombres perezcan consumidos por su propia mezquindad".

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