sábado, 13 de febrero de 2010

Creación de personajes de ficción (I)



Antes de comenzar a hablar sobre la creación de un personaje, quizás deberíamos empezar preguntándonos qué es un personaje. ¿En qué momento un puñado de palabras escritas en un trozo de papel se convierten en una persona ‘real’, viva y humana? ¿Qué significa amar a un personaje de ficción, sentir que lo conoces? ¿Qué tipo de conocimiento es ese?

Existen muchas formas de crear, de mostrar o simplemente de esbozar un personaje en una narración. Puede tratarse de un personaje protagonista con el que convivimos a lo largo de toda la novela, o simplemente de un personaje secundario que asoma por unos instantes a la narración para cumplir una determinada función y desaparecer. No obstante, sea secundario o principal, protagonista o no, todo personaje creado correctamente deja en el lector una huella duradera.

Pero repito, ¿qué es un personaje? Podríamos decir que un personaje parece conectado a la conciencia, al uso de una mente, pero en seguida podemos encontrar muchos y soberbios ejemplos de personajes que parecen pensar muy poco. Por ejemplo, nadie podrá negar que el personaje de Jay Gatsby (El Gran Gatsby - F. Scott Fitzgerald 1925) es humano, y sin embargo en realidad apenas le vemos pensar.

Si intentásemos distinguir entre personajes mayores y menores, en términos de sutileza, profundidad o tiempo concedido en la página, podemos llevarnos la sorpresa de que muchos de los personajes considerados secundarios resultan en realidad mucho más vivos y más interesantes, aunque estén poco tiempo con nosotros, que los personajes redondos a los que se supone que se hallan supeditados.

En mi opinión, un personaje logrado posee al menos una cualidad, rasgo o sentimiento con el que todos podemos identificarnos y que bien podemos reconocer en nosotros mismos, o llegar a descubrir en nosotros mismos o en otros a través del personaje. Esta característica responde a unas motivaciones universales inteligibles para todos: el deseo de ser comprendido y amado, de tener éxito, sobrevivir, ser libre, obtener venganza, remediar el mal, expresarse en un acto creativo, etc.

Un personaje resulta más conseguido en la medida en que nos invite a depositar parte de nuestra identidad personal en él durante el tiempo que dura la experiencia de la lectura. De esta forma, un personaje tendrá más o menos éxito, resultará más o menos universal, en la medida en que tenga cualidades, emociones y motivaciones que todos hayamos experimentado en uno u otro momento de la vida: la venganza, el enojo, la lujuria, la competitividad, la territorialidad, el patriotismo, el idealismo, el cinismo o la desesperación.

Pero los personajes también deben ser personas únicas, y no criaturas estereotipadas o predecibles y sin defectos. Necesitan buenas dosis por igual de originalidad y universalidad. Un personaje real, como cualquier persona real, no es un simple rasgo, sino una combinación única de muchas pulsiones y cualidades, siendo así que algunas de ellas puedan entrar en conflicto. Y cuanto mayor sea el conflicto, mejor. Un personaje que evidencia una combinación única de impulsos contradictorios, tales como la confianza y la sospecha o la desesperación y la desesperanza, siempre parecerá más realista y humano que uno que solo muestre un rasgo de su carácter.

Decíamos antes que un personaje se convierte en real cuando nos muestra un sentimiento, idea o cualidad que podemos reconocer en nosotros mismos. Partiendo de esta idea, si mostramos a nuestro personaje sintiendo miedo, o amor, o frío, u odio, o cualquier otro sentimiento básico, sin duda nos podrá parecer vivo durante un breve instante, pero no será más que un personaje plano que olvidaremos en cuanto pasemos la página o cerremos el libro. Pensemos por un momento en aquellos personajes de novela que perduran en nuestro recuerdo incluso largo tiempo después de haberla leído. ¿Qué les diferencia entonces de otros que cayeron inmediatamente en el olvido?

La respuesta es: nada. Desde un punto de vista meramente técnico nada les diferencia de los demás, salvo que nos ayudaron a descubrir algo en nosotros mismos de lo que no éramos conscientes hasta que pudimos identificarnos con ese sentimiento precisamente a través de ellos.

Ese es el verdadero milagro, el gran logro del autor: dotar a su personaje de un rasgo psicológico lo suficientemente profundo como para que no esté al alcance de la vista de cualquiera, pero que reconocemos en nosotros mismos en cuanto nos lo ponen delante.

Gurov, el adúltero en el relato de Chejov “La Dama del Perrito”, es un personaje breve, que vive dentro de un relato breve, y sin embargo se nos antoja como un ser absolutamente vivo debido precisamente a que el autor lo dota de un rasgo de una increíble profundidad psicológica, un rasgo muy humano, aunque nada evidente. Reproduzco a continuación un pasaje clave del pensamiento interiorizado de Gurov que ilustra lo anterior:

[Gurov, un hombre casado, acude al encuentro de cierta dama de la que se ha enamorado y con la que se cita en secreto cada vez que ella visita la ciudad. Un día, va él camino de su cita con ella y lleva con él a su hija. La niña va a la escuela, que está en la misma dirección. Y según va caminando y charlando con su hija, está pensando que nadie sabe ni sabrá nunca de esos encuentros secretos. Lo que le pasma es que toda la parte falsa de su vida, el banco, el club, las conversaciones, las obligaciones sociales, todo eso sucede a la luz del día, mientras que la parte real e interesante está oculta:

“ Llevaba dos vidas: una clara, vista y conocida de todos los que tenían que conocerla, llena de verdad y engaño convencionales, semejante en todo a la de sus amigos y conocidos; y otra que discurría en secreto. Y por una coincidencia singular, tal vez casual, todo aquello que para él era interesante e importante, todo lo que para él era esencial, todo aquello en que no se engañaba a sí mismo y era sincero, todo aquello que constituía la médula de su vida, permanecía oculto a los demás; mientras que todo lo falso, la envoltura exterior en que se escondía para encubrir la verdad (por ejemplo, la actividad en el banco, las discusiones en el club, las alusiones a la ‘raza inferior’, la asistencia a fiestas de aniversario con su esposa), todo eso se desarrollaba a la luz del día. Juzgando a los demás a través de sí mismo, no daba crédito a lo que veía, suponiendo siempre que en cada persona, bajo el manto del misterio como el manto de la noche, se ocultaba la vida verdadera e interesante. Toda existencia individual descansa sobre el misterio, y quizá sea en parte por eso por lo que el hombre civilizado se afana tan nerviosamente en asegurarse el respeto de su intimidad”.

¿Quién no se siente identificado en su fuero interno con estas palabras? ¿Quién no ha sentido alguna vez que su vida es una farsa y que la verdadera satisfacción reside en ciertos aspectos que jamás podría mostrar al exterior? Probablemente la mayoría de nosotros, aunque pocos habrán formulado la idea en su mente de forma consciente. Chejov escribió el relato en 1899 pero sus palabras son universales y a la vez lo suficientemente profundas como para que hayan permanecido ocultas en nuestra mente, aguardando hasta que un personaje de ficción las ponga de manifiesto. He aquí el verdadero logro del autor y de sus personajes.

3 comentarios:

  1. Gracias por haber escrito este blog que esta muy bueno. Por favor sigan con el buen trabajo y saludos para todos.

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