lunes, 8 de febrero de 2010

Detalles en la narración (O cómo de la cabeza de un fornido hombre sale un músico de pueblo)



Uno de los recursos para animar la textura del telón de fondo de una novela es aludir a detalles o personajes periféricos que, aunque no intervienen en absoluto en la trama o en el curso de acción del relato, se cuelan en el transfondo de la imaginería de la novela casi sin que nos demos cuenta. El 'truco' (si bien no es nada fácil de ejecutar sin que resulte forzado) consiste en aprovechar las claúsulas subordinadas de una metáfora o comparación para dar el 'salto' que ponga ante nuestros ojos unos inesperados personajes que, de repente, cobran vida y se pasean por unos instantes por nuestra retina.

El novelista ruso Nikolai Gógol (1809-1852) fue todo un maestro en el uso de esta técnica. He aquí un claro ejemplo extraído de su novela ALMAS MUERTAS (1842):

"Incluso el tiempo se había puesto a tono con lo demás: el día no era ni claro ni nublado, sino de cierto color azulado-grisáceo, como el que suele verse únicamente en los viejos uniformes de los solados de guarnición, tropa, por lo demás, pacífica, si bien algo bebida en los domingos."



Vemos como la imagen de un día nublado acaba evocando maravillosamente una escena de soldados ociosos. Veamos un segundo ejemplo de la misma novela:

"Al acercarse el carruaje al porche, distinguió Chíchikov dos caras que se asomaron casi al mismo tiempo a la ventana: una era de mujer, tocada con una cofia, y era estrecha y alargada como un pepino; la otra era de hombre, redonda y ancha, como esas calabazas de Moldavia llamadas gorkianki, con las que en nuestro país se hacen balalaicas, ligeras balalaicas de dos cuerdas, ornato y regocijo del fachendoso rústico de apenas veinte años, osado y presumido, que guiña el ojo y silba a las mozas campesinas de pecho y cuello blancos cuando se reúnen para escuchar a su guitarrista de suave puntear."

Podemos observar cómo de la cabeza de un fornido hombre sale un músico de pueblo.

Veámos, por último, un ejemplo que me fascina particularmente, en la novela LA INFORMACIÓN (1995) de Martin Amis. El protagonista, Richard Tull, escritor frustrado y amargado, alcohólico, sin trabajo y por tanto encargado de las tareas domésticas, debe ocuparse cada mañana de atender a sus dos hijos gemelos de seis años mientras su esposa se marcha a trabajar. Al principio de la novela la escena del despertar se describe así:

"Entonces llegaron los chicos; como un torbellino, hubiera podido decirse, de no ser tan largo y además ir acompañado de tantos detalles rutinariamente arraigados que hacían que Richard pareciera un piloto del puente aéreo, venerable pero tácitamente alcohólico, metido en la destartalada cabina con una tablilla anotadora con sujetapapeles, una lista de nueve páginas de cosas que verificar y una tremenda resaca: calcetines, sumas, cereales, libros, zanahoria rallada, lavado de cara, cepillado de dientes."

Llegando al final de la novela (ha transcurrido un año) la misma situación se describe así:

"Arreglar a los niños, cosa que hacía a menudo, no era tan malo, momento a momento, como solía serlo un año antes. Su situación ya no era la de regios exiliados o la de prisioneros imperiales bajo arresto domiciliario. Ahora se les trataba como a personajes distinguidos y extravagantes, tercos y seniles, recluidos en algún sanatorio estaliniano o una residencia de ancianos (desde la ventana atisbaban un almacén de chatarra lleno de excavadoras retorcidas y, más allá, un canal emponzoñado del color de un semáforo verde). Tenían hechas las camas, calientes las toallas; las condecoraciones y medallas de altas encomiendas eran colocadas frente a ellos y retiradas tras su marcha; sus muchos contratiempos, destrozos y emporcamientos eran discreta y habilidosamente arreglados. En el sanatorio, por aquella época, los internos descubrían en sus periodos más lúcidos un nuevo desaliño: el resultado de economías forzosas, de la revisión ideológica o simplemente de la maldad masculina del enfermero. Por ejemplo, ya no se consideraba necesario llevarlos a desayunar en brazos, ni siquiera de la mano; el sencillo pienso estaría servido en la mesa, pero ahora tenían que comer solos (aunque desde luego podían seguir siendo tan sucios como gustasen). La pérdida de privilegios era algo a lo que los internos se iban acostumbrando sin darse cuenta. Alguna vez parecían recordar los viejos tiempos, y oponían una débil, caprichosa resistencia; y lloraban de verguenza... Pero el enfermero permanece sentado frente a la mesa de la cocina, escuchando sus sollozos. Con su camiseta, el periódico, el tazón de café, el ocioso palillo..."

Vemos como en este caso el salto mortal se produce de ida y vuelta, una y otra vez, a lo largo del párrafo: la genialidad de Amis logra que la metáfora adquiera entidad propia y a la vez se superponga al mundo 'real', evocándonos mediante una serie de detalles que nada tienen que ver con la escena de un desayuno familiar las sensaciones de padre e hijos con más nitidez que si se realizara una descripción literal de los rutinarios acontecimientos.

1 comentario:

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